miércoles, 8 de mayo de 2013
Miedo es estar sola.
Pocas veces he sentido miedo. De pequeña jamás tuve miedo a tirarme del más alto tobogán ni balancearme hasta hacer chirriar las cadenas del columpio. Nunca me importó enfrentarme al "malote" del parque para que me dejara jugar en la caja de arena ni tan siquiera me daba miedo meterme entre los chicos mayores que no me dejaban jugar. De pequeña, quizás por inocente, nunca vi el riesgo de subir las escaleras corriendo y saltar diez escalones a la vez. Que mis padres se fueran cinco minutos era el mejor momento para empezar a jugar con enchufes. Asomarme a la ventana era la mejor manera de ver el cielo. Jugaba a hacer el loco por la calle y subirme a todo lo que podía, iba saltando de un lugar a otro, de hecho los bancos eran lo más divertido. No me daban miedo los golpes, ni las caídas ni el que me dirían después. Me daba igual todo con tal de ver el cielo un poquito más cerca, de sentir las cosquillitas del aire, sentir que nadie me podía pisar...
Y mírame ahora, con unos pocos años más y tengo miedo. Ahora que toco el cielo con cada beso, con cada abrazo; ahora que el viento no es el único que me hace reír con sus cosquillas y ahora que soy "de los chicos mayores mayores", sí, ahora, tengo miedo de perderlo.
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